¿Qué es la naturaleza?

Como este blog va a orientarse a la conservación de la naturaleza, parece razonable empezarlo aclarando qué entiendo por natural; esto es, qué propongo conservar. Ya en mi primera entrada hacía referencia a que la naturaleza está formada por todos los elementos que la componen, inertes y vivos, naturalmente incluyendo los humanos. En ese sentido cualquier paisaje sería natural, ya fuera principalmente natural o transformado por los seres humanos. Pero también considero que la transformación que hacemos muchas veces es abusiva y acaba destruyendo ecosistemas de gran valor. Por tanto, no todo paisaje antrópico merece la pena ser conservado.
En el lenguaje corriente un paisaje se considera natural cuando no muestra signos de transformación humana. Natural, en este contexto, es sinónimo de original, nativo o silvestre, por contraposición con un paisaje artificial donde primen las improntas humanas, ya sea en forma de infraestructuras (carreteras, ferrocarril), construcción (edificios), producción (agricultura, plantaciones forestales) o diseño ornamental (jardines, parques de recreo). Desde esa intervención humana más obvia, hasta otras que son menos evidentes, como las originadas por repoblaciones centenarias, incendios o plantas y animales introducidos, el rango de convivencia del ser humano con la Naturaleza es muy amplio. Hasta qué límite consideremos algo natural como “espacio sin actividad humana”, define en buena medida la amplitud del territorio al que nos estamos refiriendo, y que eventualmente tendríamos interés en conservar.
Si utilizamos el concepto en un sentido muy restrictivo, la superficie del planeta que podríamos considerar natural es muy pequeña. Hemos modificado la cobertura vegetal original para plantar cultivos, dar de comer a nuestros ganados, construir lugares de vivienda o abastecernos de energía. En muchos lugares del mundo las señales de la actividad humana se remontan a bastantes milenios, por lo que son excepcionales los paisajes naturales, si utilizamos la acepción anteriormente indicada.
Cuando nos referimos a la conservación de la Naturaleza adoptamos normalmente una definición menos restrictiva, incluyendo también áreas con poca presencia humana, o incluso concedemos protección a paisajes culturales, que son fruto precisamente de la actividad histórica del hombre, como puede ser los bancales agrícolas tan tradicionales en la montaña mediterránea o las tierras del Norte de Australia, gestionadas milenariamente por el fuego en las culturas nativas (fig. 1).
Paisaje gestionado por fuego en el P.N. Lichfield, Australia
En definitiva, podemos considerar la conservación ambiental en un marco más amplio, donde el ser humano forma parte como un elemento más del entorno, aunque sin romper su armonía, sin ser tan protagonista que sólo observemos en el territorio los rasgos humanos. Si solo es natural lo no intervenido por el hombre, sólo cabe preservar la Naturaleza evitando que el ser humano se relacione con ella.
Afortunadamente esta acepción tan reduccionista de la Naturaleza tiene ahora menos aceptación, observándose una tendencia a considerar como naturales también a territorios que tienen o han tenido influencia humana, sin que ello haya supuesto su completa “artificialización”. Fruto de este mayor aprecio hacia la presencia humana en la Naturaleza estaría la creciente consideración del papel que juegan los pueblos indígenas en la conservación de los territorios en los que han vivido secularmente. En décadas pasadas, los conservacionistas más radicales aconsejaban expulsar a estos pueblos tradicionales, ya que sólo podía conservarse en su integridad lo que no modificaba el ser humano. Ahora, se asume que estas comunidades han mantenido un equilibrio con el medio que garantiza su preservación, al ser precisamente parte de ese medio, y que la biodiversidad vegetal no solo no está reñida, sino que apoya, a la biodiversidad cultural que estos pueblos representan.
En esta discusión sobre lo que es y no es la Naturaleza –y, por tanto, sobre lo que deberíamos preservar-, nos parece muy relevante recuperar su acepción filosófica original. Los clásicos entendían la Naturaleza como la esencia de las cosas, lo que hace que sean una determinada cosa y no otra: un bosque, un arroyo o un tigre tienen una esencia propia, también una finalidad que cumplen en el ecosistema donde habitan, precisamente porque son eso y no otra cosa. Si el león no fuera león sino un antílope, no podría comerse a otros antílopes y, si nadie se comiera a los antílopes, habría tantos que no tendrían vegetación suficiente para pervivir. Un león entonces tiene que hacer lo que se espera que haga (en este caso, comerse un antílope) y no otras cosas para las que no está pensada su Naturaleza “leonesca”, si se me permite la expresión.
En este sentido, la conservación de la Naturaleza sería la preservación de las finalidades para las que ese animal o planta está “diseñado”, siendo el diseñador la propia evolución de las especies (aleatoria o querida específicamente por Dios, según uno interprete la finalidad última del proceso evolutivo). En ambos casos, estamos asumiendo que el estado natural es el más perfecto. En suma, conservar la Naturaleza sería mantenerla tal y como debería ser (de acuerdo a su sentido más profundo), respetando las leyes físicas o biológicas que la han originado.
Si conservar la Naturaleza es de alguna forma respetar la esencia última de las cosas, animadas o no, también debería incluir al ser humano, pues es parte del mismo ambiente que estamos intentando preservar. En este sentido, me parece importante subrayar la estrecha relación que debería haber entre ecoética y bioética, esto es entre la reflexión sobre los principios y actuaciones referidas al medio natural y a las personas, que también son parte de la Naturaleza, y que tienen asimismo una Naturaleza propia (la humana), que un naturalista convencido debería también preservar. Así, conservar la Naturaleza es también conservar la esencia del ser humano, lo que somos naturalmente, frente a la invasión de la técnica que supuestamente nos perfeccionará, tan falazmente como lo hace con el propio medio natural. De ese asunto trataré en una futura entrada

Comentarios

  1. Gracias, Emilio. Me alegra la iniciativa.
    El blog me parece buena idea, sobre todo porque la ciencia ecológica es, desde hace (pocas) décadas, esencialmente integral e invita a una transdisciplinaridad ineludible, pero que debe ser 'sensata' (o algo así). Hoy esta ciencia está notablemente alejada de los orígenes del propio nombre de 'ecología', que surgió en un marco muy biológico. Entonces carecía de los retos que hoy se encuentran en la interacción de áreas de conocimiento que tienen perspectivas sistémicas. Los límites de éstas están -sin duda con mucha lógica- cada vez más difusos. Otra cosa es la 'ecología popular', con términos de moda que nadie se preocupa por conocer qué significan, si es que, la mayoría de las veces, señalan realmente algo.
    Saludos,
    Paco

    F.D. Pineda
    Catedrático de Ecología, Univ. Complutense
    Profesor Emérito (2019)
    28040-Madrid, España

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