El cambio climático y la comida
Se ha publicado recientemente un estudio del panel de cambio climático de Naciones Unidads (IPCC) que sugiere algunas modificaciones de nuestra dieta alimenticia para reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y, en consecuencia, mitigar el calentamiento terrestre. Como pasa en otras ocasiones, la mayor parte de las personas se quedan únicamente en los titulares de los periódicos y acaban por malinterpretar las conclusiones del estudio. Los comentarios de algunos amigos que se encuentra en ese caso, van en la línea de "cómo, ahora quieren imponernos cómo comer", o " no entiendo nada, como va a afectar lo que comemos al clima".
La sustancia del informe indica varias cosas que conviene tener en cuenta. En varios estudios realizados en Europa ya se ponía de manifiesto que la comida es responsable del 30% de nuestras emisiones de GEI, así que es un sector que conviene mejorar para cumplir los objetivos de reducción que nos propusimos en Paris. ¿Cómo se explica esta importancia? En pocas palabras, porque cualquier producto supone emisiones a lo largo de su ciclo de vida, que en el caso de los alimentos, incluye el cultivo (arar, sembrar, fertilizar, evitar plagas, etc.), la manipulación (triturar, amasar, combinar, empaquetar), el transporte, almacenamiento y venta. Obviamente algunos productos requieren muchos más insumos que otros, y por tanto supondran emisiones más elevadas que otros. Es el caso de la carne de ternera, que supone emitir por todos los procesos anteriormente citados más los propios de los rumiantes cuando hacen su digestión (en este caso emiten metano, que es un GEI más potente que el CO2). Obviamente alimentarse con otra carne, con pescaso o, mejor aún, con cereales o vegetales reduce las emisiones. Una dieta equilibrada, con menos carne o productos lácteos de la que comemos actualmente sería, desde luego, muy beneficioso para reducir las emisiones y, además, para mejorar nuestra salud.
Además, podemos reducir emisiones haciendo los procesos de producción más eficientes o introduciendo más energías renovables en los mismos, tanto en el transporte como en la manipulación. Además, podemos ahorrar mucho si comemos lo que producimos, en lugar de desperdiciar comida (se calcula que más de un 20 %, en algunos países un 30%, de lo que producimos se tira).
Así las cosas, ciertamente la comida es importante para nuestra huella de carbono. A partir de ahí, será el consumidor responsable quien decida qué comprar (alimentos de baja emisión), dónde (lugares de proximidad) y cuándo (productos de temporada).
La sustancia del informe indica varias cosas que conviene tener en cuenta. En varios estudios realizados en Europa ya se ponía de manifiesto que la comida es responsable del 30% de nuestras emisiones de GEI, así que es un sector que conviene mejorar para cumplir los objetivos de reducción que nos propusimos en Paris. ¿Cómo se explica esta importancia? En pocas palabras, porque cualquier producto supone emisiones a lo largo de su ciclo de vida, que en el caso de los alimentos, incluye el cultivo (arar, sembrar, fertilizar, evitar plagas, etc.), la manipulación (triturar, amasar, combinar, empaquetar), el transporte, almacenamiento y venta. Obviamente algunos productos requieren muchos más insumos que otros, y por tanto supondran emisiones más elevadas que otros. Es el caso de la carne de ternera, que supone emitir por todos los procesos anteriormente citados más los propios de los rumiantes cuando hacen su digestión (en este caso emiten metano, que es un GEI más potente que el CO2). Obviamente alimentarse con otra carne, con pescaso o, mejor aún, con cereales o vegetales reduce las emisiones. Una dieta equilibrada, con menos carne o productos lácteos de la que comemos actualmente sería, desde luego, muy beneficioso para reducir las emisiones y, además, para mejorar nuestra salud.
Además, podemos reducir emisiones haciendo los procesos de producción más eficientes o introduciendo más energías renovables en los mismos, tanto en el transporte como en la manipulación. Además, podemos ahorrar mucho si comemos lo que producimos, en lugar de desperdiciar comida (se calcula que más de un 20 %, en algunos países un 30%, de lo que producimos se tira).
Así las cosas, ciertamente la comida es importante para nuestra huella de carbono. A partir de ahí, será el consumidor responsable quien decida qué comprar (alimentos de baja emisión), dónde (lugares de proximidad) y cuándo (productos de temporada).
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