Dimensiones éticas del cambio climático


Esta semana estamos alojando en Madrid la conferencia de las partes (COP) del tratado de Naciones Unidas sobre Cambio Climático. El encuentro ha sido ocasión para revisar la relevancia del tema, alentar la necesidad de tomar medidas más drásticas para mitigarlo y, en suma, poner de nuevo en primera plana el debate social sobre esta cuestión.
A mi modo de ver, tras varias décadas de debate científico, en el momento actual deberíamos centrarnos en los aspectos éticos del cambio climático. No tiene sentido seguir discutiendo sobre temas en los que la ciencia ha encontrado una enorme convergencia. Con las incertidumbres que todo conocimiento científico lleva consigo, es preciso pasar a la acción. Ahora es momento de profundizar en las razones éticas que deberían sustentar el calado de las decisiones que han de tomarse.
La primera es un elemental principio de precaución, que nos lleva a evitar todo aquello que pueda tener efectos graves, aunque no tuviéramos una certeza de que se produjeran. Basta un grado razonable de conocimiento para que no traspasemos unas líneas que pueden conducirnos a catástrofes. Revisar lo que está en juego, y lo que necesitamos hacer para evitarlo es un principio elemental del comportamiento humano.
Obviamente las decisiones para evitar un impacto deberían tomarse por aquellos que lo han causado. Es otro principio ético elemental, que en este caso se traduce en que las responsabilidades son globales, pero diferenciadas. No podemos pedir el mismo grado de sacrificio a países que acaban de incorporarse al grupo de emisores netos, que a los que venimos siéndolo desde hace muchas décadas. Es preciso considerar las emisiones acumuladas, en donde los países industrializados obviamente tenemos el peso principal. En este sentido, que el gobierno federal de EE.UU. se niegue a contribuir a la mitigación del cambio climático –desoyendo lo que su propia comunidad científica indica- me parece profundamente irresponsable. Pero además somos precisamente los países industrializados los que tenemos más capacidad de realizar los cambios necesarios en nuestro modelo energético y ayudar a otros a los que lo hagan. De nuevo, las emisiones per cápita son un factor clave en la asunción de responsabilidades. China es actualmente el primer emisor de GEI, pero su tasa per cápita es inferior a la de EE.UU., Canadá o Australia. Aún más, en esta dimensión ética, hemos de considerar que China, la India o Brasil están emitiendo más para nuestro propio consumo. Los balances nacionales de emisiones tienen en cuenta la producción, pero no el consumo. Si se asignara a cada país la huella de carbono de los bienes que consume, sin duda la nuestra seguiría siendo mucho más alta que la de los países emergentes.
La tercera dimensión ética es la solidaridad intergeneracional. Sin duda el elemento más interesante del movimiento que inició Greta Thunberg es subrayar precisamente ese factor. Somos herederos de quienes nos precedieron y disfrutamos de bienes que en buena parte son fruto de su trabajo. No podemos ahora beneficiarnos caprichosamente de recursos y energía que van a ser necesarios para quienes continuarán viviendo en este planeta tras nuestra marcha. Sería profundamente injusto.
Finalmente, me parece necesario recuperar el impacto que sobre este debate tiene la ética de la virtud de Aristóteles. La acción climática puede tener muchas motivaciones: la responsabilidad ética o el miedo a la catástrofe parecen las más frecuentemente invocadas. Me parece, sin embargo, que la más importante es apelar a los valores que nos hacen mejores. Tenemos que llevar una vida más austera porque eso nos hará más felices, sabiendo que estamos compartiendo los recursos y la energía con quienes lo necesitan, con las personas más vulnerables, con las demás formas de vida y con las generaciones futuras. Tener más, consumir superfluamente no nos hace más felices y tiene impactos negativos en los demás y en el ambiente.

Comentarios