¿Por qué cambiamos? Ideas para fomentar la conversión ecológica (I)

Como bien saben quienes estudian el comportamiento humano, nuestras acciones son fruto de muy diversos factores, de los cuales en algún caso ni siquiera somos conscientes. Somos seres racionales, ciertamente, pero todos tenemos experiencia que los argumentos lógicos no solo no son imprescindibles para cambiar nuestros hábitos, sino más bien al contrario, casi nunca los modifican. Por mucho que razonemos con un fumador compulsivo sobre los peligros del tabaco para su salud, difícilmente dejará de fumar mirando solo artículos en revistas científicas: es preciso algo más. Incluso si las personas saben qué es bueno para su vida (comer moderadamente, hacer más ejercicio, estudiar más, ser más cariñoso con una hermana o un amigo), no siempre actúan en consecuencia. De hecho, en mi opinión, la traba más importante de la libertad no es la regulación externa a nosotros, sino nuestra propia debilidad, que nos lleva a no afrontar con coraje lo que sabemos que hay que cambiar, para de hecho hacerlo. Decía un santo español que el "mañana" o el "después" son los adverbios de los vencidos. Parece que estamos esperando a que ocurra algo externo que nos empuje cuando el único anclaje debería ser nuestra propia determinación.

Ahora bien, que la experiencia humana nos indique la dificultad de afrontar cambios en nuestros estilos de vida, no quiere decir que éstos no sean posibles. El comportamiento humano puede cambiarse; de hecho, hay una legión de especialistas que nos estimulan a hacerlo, principalmente para comprar cosas que no teníamos pensado comprar, pero también en muchos otros ámbitos: sicólogos, consejeros (ahora se les llama coachers, por aquello de que es más elegante decirlo en inglés), amigos, sacerdotes, profesores, familiares, nos orientan para indicarnos la ruta del cambio y para estimularnos a seguirla.

Esto es aplicable a todos los terrenos, también a nuestra relación con la naturaleza. Cambiar nuestra proximidad física o espiritual al ambiente, apreciar la belleza que nos ofrece, reducir nuestra huella ambiental, conducirnos hacia estilos de vida más frugales, no es tarea fácil. De ahí que me parezca muy apropiado el término "conversión ecológica", para referirse a este proceso. Aunque ha sido popularizado por el papa Francisco en la Laudato si, ya estaba presente en escritos de Juan Pablo II y Benedicto XVI, y desde luego -aunque con otras expresiones- en otros pioneros del conservacionismo. La palabra conversión es muy profunda, implica un giro de 180º, literalmente. No es un pequeño ajuste, un retoque superficial; no, es mucho más radical (va a la raíz).

Si cualquier cambio es costoso, la conversión (ecológica o de cualquier otro tipo) lo es todavía más. Es preciso mucha energía interior para abordarlo, motivaciones hondas, compromiso permanente. Esto no se logra de la noche a la mañana; es más realista plantear un recorrido paulatino pero sostenido: una semana adquirimos un pequeño hábito, otra rechazamos una mala práctica, quizá al mes siguiente obtenemos un logro más significativo. Como cualquier cambio de hábitos negativos es costoso, me parece muy importante apuntar a aquellos que sean realmente significativos, que tengan un impacto real sobre los problemas ambientales que dependen de nosotros (no podemos solucionar los de los demás, al menos no directamente). Por ejemplo, si queremos disminuir nuestra huella de carbono convendría revisar en qué sectores es claramente mayor de lo esperable por nuestra situación familiar o laboral, y poner ahí el objetivo.

Acabo esta semana mi entrada haciendo referencia a tres tipos de comportamiento, en la línea de buscar aquellos más significativos, esto es de mayor impacto, y mejor aún si son de menor esfuerzo, para empezar con logros que nos animen en la ruta de la conversión ecológica. Creo que es interesante traer aquí la clasificación de comportamientos ambientales que hacen Clayton, S., & Myers, G. (2015), en su manual de sicología ambiental. Distinguen estos autores entre:

- Comportamientos restrictivos, que requieren usar menos (reducir consumos, viajes, etc.)

- Comportamientos eficientes, que suponen hacer lo mismo pero con menos recursos (luces de bajo consumo,...), o con menor impacto (agricultura orgánica, evitar plásticos,...).

- Opciones tecnológicas, suelen ser puntuales y llevan consigo una alteración en los modelos de uso (por ejemplo, cambiar a un coche eléctrico).

Obviamente los primeros requieren mayor convencimiento, pues serán los más difíciles de afrontar y, ojo, no siempre los más significativos (la reducción de emisiones al comprar un coche eléctrico será seguramente mayor que dejar de consumir carne). No digo que baste con ellos, sino que pueden ser un mejor punto de partida, pero la auténtica conversión ecológica requerirá seguramente otros cambios más costosos. Como el esfuerzo requerido para esos cambios es proporcional al nivel de convencimiento, será preciso reflexionar sobre qué motivaciones nos conducen a un compromiso más hondo. Pero esa cuestión la dejaré para la semana próxima.

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