¿Por qué cambiamos? Ideas para fomentar la conversión ecológica (II)
En mi última entrada hacía referencia a la importancia de proponernos compromisos que impliquen un cambio significativo en alguno de nuestros impactos ambientales. Entre los tres tipos de comportamientos que indicaba en mi ultima entrada: comportamientos restrictivos, eficientes y opciones tecnológicas, parece razonable empezar por aquellos que supongan menor esfuerzo y tengan mayor impacto sobre el impacto que nos gustaría reducir: huella hídrica, de carbono, uso de plásticos u otros materiales dañinos, etc. La curva del compromiso se alimenta con la experiencia de haber conseguido los objetivos propuestos, asi que empezar por lo sencillo es de sentido común, sobre todo si la mejora es significativa.
Cuando se incrementa el esfuezo necesario para cambiar un determinado hábito, también debería incrementarse el grado de convencimiento y eso supone basar nuestra decisión en valores más profundos, aquellos que responden a nuestras motivaciones más arraigadas. Pero también puede verse el asunto al revés: si pensamos que es conveniente cambiar hábitos que nos parecen costosos, habrá que revisar también sobre qué estamos fundando ese cambio, y fortalecer las razones que nos moverán a emprenderlo.
Ahí entra el segundo capítulo de estas dos entradas que intentan reflexionar sobre las razones que nos llevan a alterar nuestra conducta. Hay una larga tradición en la investigación sicológica sobre los factores que explican los cambios de conducta. Suelen distinguirse variables externas e internas. Entre las primeras cabría citar las barreras o normativas que nos impiden o motivan a hacer algo (prohibiciones, multas, incentivos), y los valores sociales (la mayor parte de la gente prefiere hacer-opinar lo que entiende es más común en la sociedad de cada momento, o en el grupo cultural, político o religioso en el que se inserta). Entre los factores internos, los más importantes son el conocimiento (conocer mejor un problema nos orienta de una forma determinada a abordarlo), las actitudes (capacidad de enfrentar problemas, por ejemplo), los valores (qué considera uno importante en la vida, qué tiene sentido para nosotros), y las emociones (empatía, miedo, culpa, congruencia...). Estos valores internos son casi siempre los más importantes cuando planteamos cambios que exigen esfuerzo personal. Un ejemplo claro es la ética de la virtud (propuesta por Aristóteles y de gran tradición en la cultura cristiana), que busca realizar comportamientos buenos por su valor en sí, independientemente de que sean social o grupalmente reconocidos o no.Finalmente, y aterrizando en los cambios ambientales, el esquema que acabo de proponer permite reflexionar sobre cómo abordar cambios que nos orienten en la línea de la conversión ecológica. Como cualquier conversión, se trata de un proceso personal, que cada uno debe orientar hacia metas que se adapten a sus condiciones y posibilidades: es importante mantener un sano equilibrio entre agotarse, por apuntar demasiado alto, y amoldarse, por tener metas irrelevantes. Una vez planteadas esas metas de conversión ecológica, podemos fundamentarlas en muy variadas razones:
- Factores físicos o sociales: promover comportamientos ambientalmente responsables mediante incentivos o prohibiciones. Suelen ser poco transformativos o solo temporalmente transformativos (solo permanecen mientras están presentes). Obviamente hay que tener en cuenta las barreras físicas o económicas que prevendrán un determinado cambio (coste muy alto, falta de disponibilidad).
- Factores internos: reforzar el conocimiento de los problemas ambientales, pero sobre todo las motivaciones que nos conecten con la naturaleza (belleza, contemplación,...) y con las personas que viven en ella (justicia, solidaridad), los valores y actitudes personales (la ética del cuidado nos acerca a las demás personas y a los demás seres vivos; las motivaciones religiosas nos acercan a la gratitud de una Creación que recibimos como regalo y que debemos conservar como sus custodios); la responabilidad ante las generaciones futuras... etc.
Todas ellas contribuyen a fundamentar un cambio de hábitos que supone el inicio de un proceso de conversión. A cada uno toca concretarlo en su vida. Me parece que lo más importante es considerar, es más estar muy convencido, de que es un proceso interno, realizado por nuestros propios valores y no por presiones sociales externas, y por tanto independiente de que otros lo aborden o no.
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