Ecología del hijo único

Vi hace unos días un interesante documental sobre la política del hijo único que desarrolló China desde 1979 hasta hace 2015. One Child Nation, describe cómo se abordó esta política, que implicó a toda la maquinaría del Estado, y los terribles efectos que ha tenido sobre la vida de las personas. A lo largo de la Historia, diversos estados han intentado alterar los ciclos naturales de la reproducción humana, alentando o retrayendolos, en función de sus intereses políticos, pero nunca hasta ese momento se había declarado una guerra tan sistemática y cruel a tu propio pueblo. 

El documental describe las medidas propagandísticas que lo salpicaron todo: carteles en las calles, anuncios publicitarios, teatro, cine, televisión: un hijo por pareja era la meta que iba a acabar con la pobreza secular china, que iba a dar felicidad a todos y garantizarles un nivel de vida digno. No importaban los medios: abortos y esterilizaciones masivas y forzadas, multas impagables, destrucción de los hogares de los recalcitrantes. Las niñas tuvieron la peor suerte, sobre todo en la China rural donde los padres escondían a sus bebes para donarlos a los traficantes humanos que los llevaban a los orfanatos (no eran huérfanos, solo profugos de la "justicia" por el solo delito de haber nacido). Algunos los tiraban directamente a los basureros, cuando no eran abortados en el 8º o 9º mes de embarazo por imperativo policial. Una de las entrevistadas, que practicó abortos forzados durante esos treinta años indica en su entrevista que era una guerra, y que en la guerra "siempre hay muertos": en este caso los muertos eran niños recien nacidos o a punto de hacerlo. Otra de las parteras que practicaban esos abortos cambió su vida al darse cuenta del horror que estaba cometiendo y decidió dedicar el resto de su vida a "restaurar" el daño, ayudando a dar a luz a madres con problemas en el parto. Uno de los episodios más tristes de todo este sufrimiento es el tráfico de niños, vendidos por unos pocos dólares a orfanatos que facilitaban la adopción internacional, cobrando a occidentales varios miles por niñas que supuestamente habían sido abandonadas o no tenían padres. Mucho de esos intermediaros fueron luego encarcelados, pero obviamente no eran los cerebros de una operación de tráfico humano, que ha ocurrido apenas hace unas décadas. 

De estos asuntos era consciente la diplomacia occidental: miraba a otro lado, mientras seguía haciendo negocios con China sin exigir nada a cambio. Lo importante era que se fortaleciera la economía; los derechos humanos son solo para la retórica o para imponer discursos insustanciales a estados fallidos. Es admirable lo que ha conseguido el pueblo chino con su trabajo esforzado en apenas 5 décadas, pero es muy triste que siga estando bajo el dictado de un partido único, que impone su presión allí donde se siente amenazado: ayer fue en su propia demografía, hoy es Hong-Kong o Tibet o la población uigur, como sigue proclamando Amnistía Internacional. Parece que Occidente sigue mirando a otro lado.

Termino con las implicaciones ambientales de la política del hijo único, ya que fue uno de los argumentos que se han usado (en este caso más bien por occidentales) para justificar la coacción del derecho más elemental a decidir sobre tu propia familia. Ningún indicador ambiental ha mejorado en China como consecuencia de esta política. Aunque admito que el gobierno chino está siendo más activo últimamente en cuestiones ambientales, no hay que olvidar una cuestión elemental: el impacto ambiental de una población no tiene solo que ver con cuántos sean, sino también con cómo viven. El uso de los recursos es un producto del número de personas por el uso per capita de esos recursos. Si disminuye la población y aumenta su nivel de vida, el producto puede ser mucho mayor. Este ha sido precisamente el caso de China. De ahí que no sean extrapolables nuestras formas de vida y que todos tengamos que cambiarla para lograr el equilibrio ambiental del planeta.

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