¿Qué es la mitigación del cambio climático?

 Acaba de publicarse el VI informe de síntesis del panel intergubernamental de cambio climático (IPCC), mostrando nuevas evidencias del calentamiento global del sistema terrestre, y el impacto de las crecientes anomalías climáticas. Aunque en ciencia siempre hemos de estar dispuestos a rectificar
teorías con los nuevos datos que vayan observándose, la convergencia de la información que tenemos disponible apunta a una clara confirmación de la teoría del cambio climático de origen humano. Sobre este tema se han publicado ya varios estudios que muestran la práctica unanimidad de la comunidad científica, aunque ciertamente la percepción de la opinión pública –a mi modo de ver por el impacto de las redes sociales- sigue considerando que los científicos siguen polemizando sobre este tema. Así ocurría en una encuesta reciente sobre la percepción de los españoles ante el cambio climático, en donde casi la mitad de los encuestados pensaban que los científicos no se ponen de acuerdo sobre esta cuestión. Naturalmente, esa percepción afecta grandemente a la toma de medidas más estrictas sobre cambio climático, ante el temor de la reacción negativa de los electores, sobre todo en las medidas que más afectan al consumidor. No está de más recordar, ahora precisamente con los precios de la energía, el conflicto social que se generó en Francia por el intento de incrementar los impuestos sobre el uso de combustibles fósiles.  Hasta que no tengamos un convencimiento más hondo de la gravedad del problema y de nuestra responsabilidad ética para tomar las medidas necesarias para mitigarlo, seguirá primando lo cosmético sobre lo efectivo.

Existen dos grandes estrategias frente al cambio climático (CC), adaptación y mitigación. La primera supone diseñar actuaciones que reduzcan los efectos negativos del CC, mejorando nuestra preparación ante los nuevos escenarios climáticos que se prevén. En resumen, considera que los efectos –o al menos parte de ellos- son ya inevitables. La mitigación, por su parte intenta paliar el problema, esto es trata de promover estrategias que reduzcan la concentración de GEI en la atmósfera. Sobre este punto me voy a centrar especialmente.

Para reducir las concentraciones atmosféricas de GEI podemos proponer dos vías: por un lado, intentar bajar las emisiones y, por otro, fomentar la captura de los gases que ya están presentes, ya sea en la vegetación, el agua o el suelo. De las primeras hablaré con más extensión luego, porque afectan directamente a nuestro modo de vida. De las segundas, se trata de fomentar los llamados “sumideros naturales”. Sabemos que las plantas absorben CO2 y almacenan C en su crecimiento, mientras con su descomposición alimentan el C fijado en el suelo, mientras los océanos absorben una gran cantidad de CO2 que acaba convirtiéndose en depósitos geológicos. Obviamente, reforestar es una buena estrategia de mitigación, a la vez que evitar nuevas deforestaciones y la pérdida de carbono en los suelos, por ejemplo, en incendios boreales de alta intensidad.

En cuanto a las acciones de mitigación orientadas a reducir nuestras emisiones, las alternativas pueden calificarse en tres grupos: ahorro energético, empleo de energías de baja emisión y captura de emisiones in situ.

Suelo comentar con mis alumnos que la bombilla más ecológica es la que está apagada. De las famosas tres R, parece que no nos damos cuenta que la primera no es reciclar (es la tercera), sino reducir y la segunda reutilizar. Reducir nuestro consumo superfluo, promover sistemas más eficientes energéticamente es una de las mejores estrategias para reducir emisiones. No estoy hablando solo de cambiar nuestro modo de vida (eso supondría grandes ahorros) sino incluso de cosas mucho más sencillas, como apagar los electrodomésticos en lugar de ponerlos en “standby”. Leí hace tiempo que lejos de ser despreciable, esa energía -que es solo necesaria para que el aparato esté al alcance del mando a distancia- supone al año en Francia el equivalente a la que producen dos centrales nucleares. No digamos nada del ahorro que sería mejorar el aislamiento térmico de los edificios o la gestión del tráfico con horarios más flexibles.

En cuanto al empleo de energías de baja emisión, siempre se citan las renovables, sin duda las más convenientes, tanto por razones ambientales como –no lo olvidemos estos días- geopolíticas: son las únicas que uno instala en su propio suelo. Naturalmente que todas tienen algún elemento negativo: el estético (eólica), el espacio que necesitan (solar o hidraúlica), o su disponibilidad intermitente (casi todas), pero tienen muchas otras ventajas. El tema de la energía nuclear es políticamente muy sensible, pero es bastante claro que tiene emisiones mucho más bajas que las fuentes de energía fósil, incluyendo el ciclo de vida completo, y objetivamente hasta ahora han sido bastante seguras, aunque naturalmente sigue abierto su principal problema, la gestión de residuos.

Finalmente, la captura de CO2 en plantas industriales o de generación de energía eléctrica supone minimizar las emisiones mediante filtros, inyectando posteriormente el gas en depósitos estables, generalmente en sustratos geológicos donde pueda convertirse en material inerte (p ej. carbonato cálcico). Estas técnicas están desarrollando sobre todo en países, como Alemania, con bastantes recursos propios de carbón.

Prefiero no comentar ahora con detalle la calificación de otras estrategias que suelen conocerse con el término de geoingeniería, y que implican modificar artificialmente alguno de los elementos clave del sistema climático: reducir la radiación solar incidente mediante espejos orbitales o un filtro químico, aumentar la absorción del agua mediante fertilización, etc. Estas alternativas me merecen un rechazo ético frontal, puesto que suponen alterar más o menos bruscamente un sistema muy complejo, que no conocemos con el suficiente detalle y que podrían tener consecuencias planetarias insospechadas.

Las diferentes estrategias de mitigación suelen gestarse en los grandes acuerdos internacionales, pero su aplicación práctica depende de los estados, ya que el tratado de NN.UU. sobre cambio climático (UNFCC) –como tantas cosas en la ONU- no lleva consigo deberes concretos ni sanciones en caso de incumplimiento. Generalmente los ciudadanos de a pie consideran que el problema solo es responsabilidad de estos grandes centros de decisión, pero rara vez se relaciona con el consumo que todos realizamos en nuestras actividades cotidianas. En un reciente estudio sobre la huella de carbono en España, hemos podido comprobar cómo el consumo es el principal factor de las emisiones de GEI en nuestro país, suponiendo más del 70% de las emisionesnacionales. Similares estimaciones se han publicado sobre otros países. Obviamente no se trata de evitar el consumo, sino más bien de orientarlo hacia sectores que impliquen una reducción de nuestras emisiones. Ahora bien, estoy de acuerdo con la afirmación de Benedicto XVI de que el consumo es una opción moral, pues al fin y al cabo es una manifestación de nuestros valores y preferencias. En este sentido, las estrategias que antes indicaba pueden ser aplicables a nuestra actividad diaria: reducir implicará usar menos energía, ya sea porque dejamos de hacer ciertas actividades (turismo de larga distancia, por ejemplo), o ya porque las hacemos con métodos más eficientes en términos de emisión (coches eléctricos, optar por el tren sobre el avión, uso del transporte público, bicicletas, etc.). Además, podemos elegir proveedores de energía renovable, mejorar nuestros aislamientos térmicos, regular la temperatura de nuestras casas, la eficiencia de los electrodomésticos, la duración de nuestras duchas, el tipo de comida que consumimos (no estoy hablando de ser todos veganos, bastaría reducir el consumo de carnes rojas), la ropa que compramos (o mejor aún que seguimos usando), y un largo etcétera. Como consumidores nuestro impacto es muy pequeño, pero muy significativo, y sobre todo permite exigir a los poderes públicos actitudes y acciones de mayor coherencia. Concluyo con una frase que me sugirieron como título de una de mis presentaciones públicas sobre el CC: “el clima cambia ¿y tu?”


Comentarios